
El primer golpe se dio como visita en las canchas del estadio Rehue donde, pese a haber desperdiciado un par de penales y terminar ganando con un ajustado marcador de 1 a 0, el equipo se vio íntegro, compacto y con buenas referencias en puestos esenciales. La gallardía y pasión de los valdivianos se sumaron al fútbol conjugando todo en una armonía de once sonidos que marcó la primera parte de la opera clasificatoria.
En el segundo partido, con el apoyo de familiares y compañeros de universidad, el estadio Félix Gallardo fue un espacio ideal para motivar el triunfo de las “maquinas” valdivianas. Un 4 por 1 rotundo fue el que selló el paso al campeonato que tendrá sede en la Pontificia Universidad Católica de Chile a finales del mes de octubre.
El partido, uno a uno
Javier Aron, el hombre de los guantes de oro. En la primera jugada del partido contuvo una aparición del delantero osornino Giglio que por más que insistió no pudo hacer más. El guardapalos valdiviano vio su valla ser batida solo una vez ante una descoordinación de la defensa, custodió la meta de gran manera durante todo el desarrollo del partido conteniendo un posible empate cuando el marcador se encontraba 2 – 1 a favor de la UACh.
Patricio Uribe, el primer atacante y el último defensa. Pegado el atacante de visita, tanto en la ida como en la vuelta fue fiero en el fondo y mostrando toda la fuerza en la salida, precisión a la hora de jugar con sus compañeros, un respiro a la hora de poner la pierna firme.
Lautaro Peña, la fuerza desde el Torreón. Sin duda el patrón del fundo, movió los hilos como quiso y tuvo siempre la respuesta precisa para lo que se requería.
Franco Osses, el cable a tierra. No fue muy nombrado en el partido, no fue el protagonista, pero cumplió su trabajo al pie de la letra, aplicado como él mismo, no generó problemas y sus salidas limpias daban la tranquilidad para que Wiemberg se adelantara cada vez que era necesario.
José Aguilar, el capitán. Histórico en el equipo, su última oportunidad para participar en un nacional universitario, el equipo lo entendió y fue un motivo más para darlo todo. En lo futbolístico manejó el desarrollo del juego y contuvo el temperamento de sus compañeros en las jugadas complicadas, un termostato. Gritó y pegó cuando tuvo que hacerlo, siempre fuerte, el respeto de los rivales se lo ganó dentro de la cancha.
Víctor Hernández, el reloj suizo. Precisión y control, marcó uno de los tantos (el tercero) y tenía la visión periférica del ataque y la defensa. Su zurda habilitó de buena manera a Wiemberg y Oyarzún cada vez que se proyectaron por las bandas, él mismo partió con la jugada para anotar su gol.
Nicolás Oyarzún, el mechón rebelde. En su banda se encontró con uno, sino el mejor, de los rivales. Hizo marca y cuando tuvo la oportunidad para desbordar sin problemas avanzó con balón dominado entregando buenos balones y siendo siempre una alternativa de descarga. Su primer año de universidad y fue uno de los puntos altos para la continuidad del equipo.
Diego Bendjerodt, el velocista. Pique tras pique sus marcadores solo tenían que bajarlo, la primera clara de la UACh fue un “carrerón” por el medio que terminó en un foul a la entrada del área. Hubo 2 o 3 más en los que siempre terminó en el suelo, los rivales terminaron complicados ante sus carreras.
Erick Wiemberg, el incansable inalcanzable. Hizo de la banda su hogar tal cual nos tiene acostumbrados al ver sus partidos por Deportes Valdivia. Socio de Osses e íntimo de Hernández, jugaron de memoria todo el partido, llegó a cada balón y a cada marca, le pintó la cara a sus rivales como quiso ganándose el odio de estos que al final solo quería verlo en el suelo, eso sí, cuando lo alcancen.
José Matzner, la bicicleta humana. Hasta la cancha pasaba de largo cuando “Pini” enganchaba, un dolor de cabeza para los osorninos como ningún otro, por las bandas o por el medio, no sabían por donde los atacaba. Siempre pegado al suelo el balón bajo sus pies es su mejor amigo. Fue al que más golpearon y el que más pintó caras, si hiciese una menos los delanteros marcarían más goles por partido.
Amaru, el pivot. Aguanto los balones para sus compañeros, siempre llevó marcas y cuando tuvo que encarar lo hizo sin remordimientos, entrando al área los defensas se aglutinaban en él. El penal que le cometieron fue por su puro empuje, por más que lo tomaron y pegaron siguió hasta que lo cansaron.
Desde la banca
Antonio Coronado, el invisible. No se tome a mal, sino que entró a cumplir la función que tenía Osses y fue como que no se notó el cambio, aplicado y cumpliendo su tarea, víctima del “grandote” visitante, pero se cobró revancha.
Kilian Delgado, el relámpago. Un enganche aquí, otro allá y los defensas no sabían que hacer. Le pegaron como quisieron y lo terminaron asaltando en plena cancha, su expulsión fue para haber contratado abogado y apelar legítima defensa, diez minutos en cancha donde participó en la gestación de un gol y fue una luz de claridad para las salidas al ataque del 2do. Tiempo.
Matías Asenjo, la fiesta. Entró a celebrar, se generó oportunidades hasta que logró su gol, el 4 a 1 definitivo fue la alegría del estadio. Hizo su trabajo complicando a sus marcas y arrastrando las de sus compañeros, un referente en el área rival.
Sergio Cabrera, el Deté. Preparó con paciencia en grupo, hizo de las individualidades un equipo; enrieló los ánimos y las ganas con un solo fin: Clasificar al nacional. Vivió el partido con más nervios que los mismos jugadores incluso hasta después de terminar el partido, planificado y pensado todo lo que pasaba y teniendo alternativas en mente para lo que podía pasar. No se le escaparon detalles, los cambios cuando eran necesarios y con los engranajes justos para que la máquina no deje de funcionar.
Un grupo humano que se ganó la clasificación con esfuerzo y con el apoyo de todos. Costó, se sufrió, pero se logró. Los pasajes comprados para Santiago a seguir sufriendo en cada entrenamiento, mas teniendo claro que mientras más se sufre, más se disfruta la victoria.